Análisis artístico del grupo escultórico de María Santísima del Silencio y San Juan Evangelista
Estas imágenes,
realizadas por el escultor torrevejense Víctor García Villalgordo,
fueron talladas en 1996 exclusivamente para completar el misterio
doloroso de la crucifixión de Jesús en el Gólgota escenificando la
escena bíblica en la cual Cristo reconoce a su Madre y, por medio de
la figura de San Juan, la presenta como madre de todos los cristiano:
Jesús,
viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí,
dijo a la Madre: “Mujer, he Ahí a tu hijo”. Luego dijo al
discípulo: “He ahí a tú Madre”.
Juan
19, 26
Este
modelo iconográfico tiene su origen en el pasaje de San Juan citado
donde se dice que María fue informada por el propio San Juan de la
trágica suerte de su hijo; de aquí deriva la tradición, en la
imaginería pasional andaluza , de representar en la “Calle de la
amargura” a la Virgen junto al apóstol andando por las calles en
“Sacras conversaciones”.
Pero
Víctor, para poder acoplar perfectamente desde un punto de vista
narrativo este paso al Cristo Crucificado, cambió radicalmente la
iconografía del mismo: La Virgen y San Juan no van andando y
dialogando en “Sacra conversación”, sino que aparecen estáticos,
el momento aparenta estar congelado, detenido, con una enorme carga e
intensidad dramática: La Virgen con la mirada hacia la cruz
contempla desconsolada a su Hijo crucificado mientras el Apóstol,
ante la doble contemplación de ver a su maestro en la cruz y el
profundo padecer de su Madre, con mirada triste la observa y también
llora, llanto de impotencia ante un hecho cruel ya consumado.
En
su estética María eleva dulcemente la cabeza, la nota de dolor se
halla sabiamente expresada en el rostro: La comisura de los labios en
suave curvatura-recurso expresivo cuyo origen está en el Barroco
italiano- refuerza el dramatismo; Las lágrimas que brotan de sus
ojos y la acentuada curvatura del entrecejo son recursos expresivos
del artista que busca una sensación de verismo en el rostro, para
conseguirlo no duda, en utilizar los característicos postizos:
pestañas de pelo y lágrimas de cristal. Todo ello envuelto con una
exquisita policromía sonrosada. Mientras El Apóstol amado gira el
rostro hacia su derecha, cogiendo con su mano izquierda la mano
derecha de María y reconfortándola por la espalda con su otro
brazo, gesto que enternece mucho mas la escena.